viernes, 19 de noviembre de 2010

COMPAÑEROS

Compañeros, de toda la vida, de pocos días, de mucha intensidad, de poco roce, de alegría o de penas, compañeros al fin y al cabo.
Viviendo un mismo tiempo, un mismo lugar.
Sintiendo los mismos problemas, las mejores sorpresas.
Viendo quienes son y quienes no lo son.
Compañeros de colegio o de trabajo, de la vida o del momento, de las risas o de las tristezas, de los sinsabores o de compartir.
Volviendo a verse día tras día sin remedio.
Queriendo cambiar el mundo o a su oponente.
Deseando que su realidad fuera otra o fuera la misma.
Compañeros de obstinaciones o de sentimientos, de un instante o de una tarde, de idearios o de frustraciones.
Oliendo la misma esencia que invade las prisas.
Sorteando los obstáculos que se les presentan.
Amando a otro que no eres tú.
Pero compañeros, del alma, con tristezas y alegrías compartidas, con sensaciones comunes iguales o diferentes, con mucho que decir y que aportar, con un mismo fin y un final diferente.
Compañero, a ti quiero decirte, gracias. Por ser y por estar. Porque cada vez que me amas o me odias, me das algo de ti. No voy a engañarme diciendo que me gusta todo. No. Pero cada aportación es una forma más de crecer para mí. Y creciendo creciendo, llegaré al final, el de todos, el mío. Y todos queremos llegar al final para, atravesando el umbral encontrarnos lo inesperado, sin saber que lo inesperado es lo que esperamos, y lo que esperamos es lo que encontramos, compañero.

jueves, 11 de noviembre de 2010

¡A VIVIR SIN QUEJARSE QUE SON DOS DIAS!!!!!!

¿SE PUEDE VIVIR SIN QUEJA??????????.......¡¡¡¡SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
La queja es común en personas sin expectativas o personalidades negativas que pretenden llamar la atención a través de su queja.
Su autoestima está tan mermada que creen que sólo quejándose pueden sobrevivir o sobresalir.
Es el centro de su conversación. No se autoperpetúa, porque una vez la queja se agota, se termina su conversación o su intervención, con lo cual vuelven a su encierro en vida.
Saben que no consiguen mejorar su vida pero eso no les hace cambiar su filosofía de vida, se quejan porque no saben hacer otra cosa que hacer para poder relacionarse.
Suelen sacar de quicio a sus seres queridos o allegados, si no han caído ya en sus redes, y son atrapados en la rutina de la queja.
No quieren cambiar la situación porque eso significaría abandonar su estatus privilegiado de ser, al menos en eso, el centro de atención.
No aporta soluciones, ni acciones en sentido alguno, y amargan a su entorno y por ende a si mismos, porque terminan su vida en solitario.
La queja puede ser de índole física, psicológica o social. La física provoca que un dolor más o menos intenso se convierta en el centro de la vida de la persona que se queja. La psicológica, convierte el dolor o situación en algo crónico en la vida de la persona y de sus seres queridos. La social, convierte la vida de ese ser, en una insatisfacción continua que jamás va a mejorar, ya que significaría dejar de tener motivo para ser el centro de atención.
La queja puede ser larvada y convertirse en juicios inoperantes que hagan malo lo que los demás hacen, son o tienen, viendo “la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio”
Es además centrarse en lo negativo que rodea la vida propia y ajena, próxima o lejana, que marca la convivencia diaria personal o laboral, afectiva o profesional.
Al concentrarnos en lo negativo, lo atraemos, lo pensamos, y por tanto, lo creamos, de tal forma que le damos más fuerza y lo aumentamos generando una situación peor. Por si esto fuera poco, la sensación se transmite a nuestro hacer, y decir, y cada palabra y frase irán cargadas de esta queja permanente que marcará nuestro destino.
 Si consideramos que somos lo que pensamos, y que creamos lo que creemos, con la queja seremos negativos, y crearemos la creencia de que todo es negativo, y por tanto, malo para nosotros y malo para nuestro alrededor.
 No nos damos cuenta del daño que nos generamos, porque cuando nos quejamos no nos damos cuenta de que lo hacemos, creyendo que decir lo que sentimos es lícito, sin darnos cuenta del daño que esto puede hacernos, tanto a nosotros como a nuestros seres queridos, si no somos capaces de canalizarlo adecuadamente.
Pensar en negativo o en lo negativo, no es plato de nuestro gusto, pero es algo habitual en nuestra vida diaria y lo hacemos con tanta soltura, que posiblemente, cambiar, se lleve gran parte de nuestro esfuerzo.
Se puede vivir sin queja, si no emitimos juicios, si no hacemos suposiciones, si pensamos más en positivo, sacando lo mejor de cada situación, evitando utilizar ese arma dañina que es nuestra palabra mal dirigida, esa que puede hacer tanto daño como matar, matar la ilusión, la emoción, la confianza, el amor…..
¿Como se puede ahuyentar la queja?: primero evitando todas aquellas personas que no paran de quejarse, algo que puede parecer algo terrible, si pensamos que proponemos alejarnos de seres queridos. Pero la realidad manda, y nosotros tenemos una vida que vivir, y no podemos estar sufriendo las consecuencias del otro, sea quien sea éste otro. La vida de cada uno es de cada uno, y cada uno de nosotros tiene la oportunidad de crecer en la misma y buena dirección que cada cual, es responsabilidad de cada uno encontrar el buen camino y seguirlo, y no arrastrar a otros, menos aún a nuestros seres queridos, al lodo de nuestra desgracia, esa misma, que nos hemos labrado. Por eso desde el otro lado, tenemos que alejarnos de personas que hacen de la queja su canto. Si ellos mismos no se dan cuenta de que pueden cantar otras melodías, nosotros no tenemos la responsabilidad de hacerles cantar otra canción, tendrán que aprender solos.
La crítica o el chisme no es, ni bueno ni sano. Primero porque no tiene un fin, tan sólo un objetivo, destruir el objeto del chisme o de la crítica. Y por tanto con ese objetivo tan negativo, sólo conseguiremos atraer, más chismes y críticas para nosotros, y más chismosos y criticones a nuestro lado. Si abandonamos esta práctica, veremos como poco a poco, nos liberaremos de todos esos pensamientos negativos sobre los demás que nos abruman y nos hunden. No es trabajo fácil, pero es posible. Primero pensando en ello, luego haciendo el esfuerzo de no tenerlos, cuando menos de no expresarlos, y poco a poco, mejorando cada día, empezando una y otra vez con nuestro propósito, conseguiremos con la mayor facilidad que dejemos de pensar en términos negativos en ningún aspecto.
Cuando estemos en ese camino de una forma increíble, funcionaremos como el engranaje de un reloj, segundo a segundo, cambiando nosotros, provocaremos un cambio sinérgico en todo lo que nos rodea, en nuestro estado, en nuestras relaciones, en nuestro entorno, en nuestro medio, y en nuestro miedo. 
Podemos empezar con un ejercicio muy sencillo: “SÓLO POR HOY, NO NOS QUEJAREMOS”. Ese será nuestro propósito para hoy. Lo mejor es que mañana será hoy de  nuevo, y podremos volver a hacernos el mismo propósito.  Y si hoy no nos funciona, volveremos a comenzar mañana. Todos los mañanas comenzaremos, y un mañana cualquiera, sin percatarnos, lo habremos conseguido sin esfuerzo, sin recordar desde cuando lo hacemos.
Tenemos que ser conscientes de que la queja es una forma de frustración e impotencia frente a algo que nos duele o molesta, pero sabiendo esto, también tenemos que recordar, que al ser conscientes de este detalle, y saber que por más que lo sepamos, o nos quejemos, jamás va a desaparecer hasta que tenga que desaparecer de forma natural o temporal, comprenderemos que lo mejor será ocuparnos de lo que nos pasa, en vez de preocuparse, y que teniendo la paciencia necesaria esto también nos llegará.
¿Es fácil? No, nada es fácil, vivir no es fácil, pero es necesario, y es divertido y emocionante, y por tanto tenemos que vivir, vivir con lo que tenemos y con lo que nos ha tocado vivir, y el dolor en cualquiera de sus manifestaciones, la frustración, la impotencia, son también parte de nuestra vida, y tenemos que aprender a convivir con todo ello. Todo es necesario y útil, la vida perfecta no existe, para nadie. Tenemos que ACEPTAR, aquello que nos ha tocado. Y no significa conformarse, ni tolerar, significa ACEPTAR, y en medio de la aceptación de lo que tenemos y lo que nos tocó, tendremos la serenidad de vivir con aquello que no nos gusta, pero que nos hace crecer.
Probemos pues a no quejarnos de ese dolor que tenemos todos los días, y nos olvidaremos de él. Probemos a no quejarnos de lo que hacen unos y otros políticos con la gestión, y no cambiaremos el rumbo de la política, pero viviremos mejor, ya que no podemos cambiarlo directamente, a no ser que ingresemos en la política, o ingresemos entonces en política. Probemos a no quejarnos de lo rutinario de nuestra pareja, y busquemos el lado más apasionante de la misma, siempre lo hay y nos hará disfrutarla. Probemos a no quejarnos de nuestros compañeros de trabajo, aquellos que nos sobrecargan con su ineficacia, y veremos que tienen más valores que defectos. Probemos a no quejarnos de la economía y veremos que es posible vivir con lo que tenemos, aunque tengamos que modificar hábitos……probemos, no nos cuesta nada. Sortear el obstáculo que siempre está presente es precisamente el camino de la tolerancia. Una piedra del camino podremos o no quitarla según su tamaño, pero lo que siempre podremos hacer, es rodearla.
Y al final, como todo lo que tiene que estar, está en este mundo, una buena acción, una buena petición, un deseo bien pedido, un comportamiento adecuado, un pensamiento bien elaborado, nos traerá paz, serenidad, fortaleza y la suerte de cosas que necesitamos.
Sólo si somos conscientes de que nos quejamos, podremos ahuyentar la queja. Sólo si somos conscientes de que queremos y necesitamos cambiar, cambiaremos. Sólo aplicando pensamientos positivos, daremos órdenes positivas a nuestro organismo, que mejorará paulatinamente.
Cambiar no es fácil, es muy difícil, pero más difícil es saber lo que tienes que hacer y no poner manos a la obra. ACTUEMOS, NO DIGAMOS, ACTUEMOS.
El que se queja precisamente, se queja, es decir, dice, pero no actúa, es pasivo.
La compasión que se busca con la queja es negativa y malvada. Nadie tiene por qué ser compadecido por nadie, nadie se merece eso.
No seamos cobardes y nos ocultemos tras una queja que no tiene sentido ni frutos. Seamos valientes y digamos lo que queremos sin queja, lo que sentimos, sin tonos lastimeros, simple y llanamente, directa y sanamente.
No nos convenzamos de que somos unos enfermos a través de la queja, la enfermedad no existe, existe el enfermo, cada uno enferma de una determinada manera. Abandonemos la enfermedad de la queja. No tiene otra cura, que el abandono de la queja.
Cada día es nuevo y diferente. Cada día sale de nuevo el sol. Cada día podemos empezar de nuevo. Nada nos lo impide. Actuemos pues.
Cuento: EL GENIO QUE SE QUEJABA
Cuenta la leyenda que en un país lejano existía un genio que no había salido jamás de su lámpara.
Muchos desafortunados, habían intentado frotar la lámpara del genio, con aceites, con perfumes, hasta con leche de coco, para que el genio saliera, pensando, claro está, que el genio les concedería tres deseos.
Pero cuando frotaban la lámpara, sólo conseguían oír un quejido largo y profundo, que desde el interior de la lámpara se metía por un oído y salía por el otro, penetrando todo lo que encontraba a su paso, y dejando ¡un buen dolor de cabeza!.
Durante muchos años, los desafortunados que lo intentaban una y otra vez, sólo consiguieron eso….. ¡un buen dolor de cabeza!.
Un día, un niño, se acercó a la lámpara. Pero no la tocó. Le pegó una ¡fuerte patada! que hizo que la lámpara diera al menos tres mil vueltas sobre sí misma. El genio mareado, no tuvo más remedio que salir, pero ¡claro!, estaba tan mareado, que cuando salió comenzó a girar, y girar y girar, y no podía parar, de tal forma que se creó una especie de tornado con sus giros.
El niño se asustó tanto que empezó a correr para huir de aquello que había salido de la lámpara, pero cuando el genio se empezó a reponer, y vio que el chiquillo huía, saltó de una forma descomunal y ¡zas!, se colocó delante del niño impidiéndole huir. ¡Qué miedo!
-¿Por qué me has dado una patada? Le preguntó el genio malhumorado.
El niño aterrado le contestó:
-Estaba harto de ver cómo te quejabas.
-¿Quejarme yo? ¡Jamás!, ahuyentaba a esos bobos que me frotaban sin respetar mi descanso, dijo el genio.
-¿Frotarte, dices?, lo que hacían era intentar que le concedieras tres deseos al liberarte, se atrevió a decir el chiquillo.
-¿Y por qué iba yo a concederles tres deseos?, si yo no concedo deseos….¡jamás! le contestó el malhumorado genio
-¿Cómo qué no? Si todos los genios conceden deseos, dijo, ya un poco más tranquilo el niño.
-No todos. Yo, por ejemplo,  vengo de una familia de genios que se quejan, no de genios que conceden deseos, dijo el genio, mientras se acercaba peligrosamente al niño.
- ¿Y eso para qué sirve?, preguntó el chiquillo, ¿para qué te quejas?
- Pues ya ves, para que te froten…dijo el genio sin entender por qué el niño le hacía esas….absurdas preguntas.
- ¡No hombre!, eso lo hacían para que salieras y les concedieras los tres deseos….volvió a repetir el niño
- ¡Que idiotez!, yo no he concedido jamás un deseo, me parece una tontería, y una pérdida de tiempo, dijo el genio después de observar de cerca al niño.
-¿Y lo has intentado?, le preguntó inocentemente el muchachito.
-¡Pues no, la verdad!, solo me he pasado la vida quejándome que es lo que sé hacer….Cuando me quejo, me escuchan, y no me dan la lata, porque el que hablo soy yo, dijo el genio tan tonto.
-¡Pues qué absurdo! Dijo el niño. Los genios han nacido con el don de conceder deseos, y tú al quejarte, desperdicias la posibilidad de hacer felices a los demás.
- ¡ja, ja, ja! repuso con grandes carcajadas el genio grandullón. ¿Hacer felices a los demás yo? ¡ja ja ja…!
- ¿Y por qué no? Dijo el niño. A mí me gusta que me hagan feliz. Y creo que a todos los demás les pasa igual. A todos nos gusta que nos hagan felices.
-¿Es que tú  no eres feliz por ti mismo niño? Dijo el genio elevando la voz.
- Si,-contestó, pero no me importa que también me hagan feliz los demás, significa que se preocupan de que me encuentre bien, y eso me gusta.
- ¿Me estás diciendo chiquillo, que me harías más caso, que me harían más caso, si en vez de quejarme les concedo deseos a todos…..? Preguntó sorprendido el genio
-¡Claro! -dijo- te haríamos más caso, sabríamos que te preocupas por nosotros, y nosotros nos preocuparíamos por ti, porque estuvieras bien, porque estuvieras cómodo y protegido, porque tuvieras limpia la lámpara, por ser tus amigos. Nadie huiría de tus quejas y de tus gritos, porque nos gustaría estar contigo y jugar contigo.
-Eso suena ¡muy bien! –le dijo el genio confiando en el niño- Peroooo ¿podría dormir tranquilo?, ¿no me molestarían?.
- Nooo, ¿por qué te iban a molestar? Preguntó el niño. Tú pondrías las reglas de lo que quieres, todos las sabríamos y las respetaríamos. Te protegeríamos, y serías uno más de nosotros.
-¿Y si viene gente de fuera?, preguntó, ¿cómo podrían protegerme de sus deseos?...
- Muy simple, les diríamos que eres nuestro amigo y que no podrían molestarte sin seguir tus reglas….dijo finalmente el niño.
-¿Son muy complicados los deseos que tienen tus amigos? Quiso saber el genio.
-No, que va, le contestó el chiquillo, son deseos fáciles, de risas, de juegos, de necesidades. De todos modos cuando establezcas las reglas, tú mismo puedes decidir qué deseos se te pueden pedir….
- Pues tienes razón, dijo ya convencido el genio grandullón. ¿Me ayudas?
Y el niño, que ya no tenía miedo, pues veía que el genio no quería hacerle daño, sino que estaba confundido, le ayudó, ¡vaya si le ayudó!. Fue corriendo a su casa para que su mamá no se preocupara, le contó parte de la historia y le dijo que por la noche se la contaría toda, y cogiendo una libreta, le dijo que vendría cuando el sol se pusiera. Cogió dos bocadillos, uno para él y otro para el genio, y se fue de nuevo al lado del genio para escribir las reglas de este genio. Cuando las hubo acabado, el genio sonrió muy satisfecho y le dijo al muchacho:
-          ¡Me gusta ¡, creo que seré muy feliz sin quejarme.
Y a continuación pusieron las reglas en una hoja más grande, la llenaron de colores y dibujitos, y se sentaron orgullosos a comerse los bocadillos mientras repasaban las reglas y el plan:

GENIO DE LA LAMPARA                                                                                    
1.       HORARIO DEL GENIO: Para respetar al genio habrá que frotar la lámpara con aceite entre las 10 y las 12 de la mañana y las 6 y las 8 de la tarde.
2.       SOLICITUD DE DESEOS: Cuando el genio salga se le pedirá tantos deseos como se quiera
3.       El genio preguntará para que se quieren los deseos y concederá sólo aquellos que sean útiles para todos
4.       Si los deseos están mal formulados, el genio propondrá otros parecidos bien formulados.
5.       Si no se pueden conceder los deseos, el genio lo dirá y explicará los motivos y si se puede hacer algo al respecto.
6.       Nadie puede enfadarse si los deseos no son concedidos.
7.       El genio podrá retirar el deseo si no se hace buen uso de él.
¿Qué te parece? Preguntó el genio.
- A mí me gusta así, dijo el pequeño, pero no sé si eso de muchos deseos…..
- Bueno es para darles la libertad de pedir aquello que de verdad desean, dijo el genio, luego ya les iré enseñando a pedir deseos. La mayoría se cumplen sólo con pedirlos si están bien formulados. Eso me lo enseñó un viejo y sabio genio
- Pues, ya está. Mañana lo colgaremos y se los enseñaremos al resto…
Y de esta manera, el genio de la queja se convirtió en el auténtico genio de los deseos, no sólo por que los concediera, sino porque enseñaba a pedirlos…..pero esa historia la contaré otro día.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LA PRINCESA PERDIDA.

Erase una vez una princesa de 15 años que vivía en un mundo lleno de desilusión.
La princesa era preciosa, no era una princesa cualquiera, y su belleza no era deslumbrante porque ella no quería deslumbrar, ni siquiera quería ser princesa. Tenía una altura envidiable, unas formas de mujer perfectas, un pelo lacio y sedoso, que llevaba siempre limpio y arreglado, y una sonrisa que llenaba el tiempo, deteniéndolo.
La princesa era tímida pero ella no lo sabía, la princesa se creía una don nadie porque no confiaba en su belleza, la princesa era culta y no se lo creía, a veces hasta le daba vergüenza serlo, la princesa callaba su angustia porque creía que no tenía nada que decir, la princesa pensaba que no era guapa y que a nadie importaba, la princesa se sentía infeliz porque no era como todas las demás princesas, ni siquiera era como las demás que le rodeaban.
Ella veía como las damas de la corte eran alegres, juguetonas y un poco casquivanas, y ella no podía ser como ellas, no quería ser como ellas. Eso le llenaba de angustia y de dolor. Se enfrentaba a su espejo particular y se veía de forma diferente a cómo la veían los demás. Se veía diferente. Se veía fea y sin gracia, había perdido todo su encanto.
La princesa se volvía cada día más taciturna, no salía con las demás princesas, ni iba a fiestas porque o no la dejaban ir a las que quería ir, o no le interesaban aquellas a las que podía asistir.
La princesa no se interesaba por si misma porque pensaba que no valía la pena. La princesa se creía que no era popular, que no tenía éxito, que no era brillante, que no tenía encanto, que no tenía glamur, ni talento especial.
Y había decidido exigirse más y más, en todos los aspectos de su vida, para ser perfecta y agradar a los demás. Comía de forma exigente para no perder su figura o para cuidar su salud, el motivo era intrascendente, lo importante era la exigencia, era lo estricta que podía llegar a ser consigo misma, para no sentir que su vida era un fracaso.
Con esa baja autoestima y ese conflicto interior, parecía difícil que encontrara una salida que hubiera una solución, pero la había…..
La princesa se hacía preguntas, preguntas importantes, muy importantes, preguntas propias de su edad y su condición.
Las preguntas se las hacía ella sola. No compartía su inquietud con nadie porque se sabía fuerte y autónoma.
Pero un día bajó la guardia, y dejó que en su soledad entrara alguien….no era nadie cercano, no era nadie especial, pero una joven dama un día llegó a su lado y le preguntó por qué siempre parecía perdida. ¿Perdida? Le preguntó, y la joven dama le explicó que la encontraba perdida en su mundo, en sus pensamientos, que no atendía a los juegos ni a las risas de los demás…
La princesa se quedó perpleja porque esta joven dama tenía tres años menos que ella, ¡tres años! y aunque participaba del grupo de jóvenes que iban juntos a todos lados, jamás se le había acercado antes. No era como las demás, era seria y tranquila, sí, jugaba, pero jugaba con tranquilidad y serenidad, se divertía, pero no volvía locos a los criados, como las otras. Era simplemente diferente.
Cuando la princesa se repuso, se conmovió de la bondad y serenidad de la joven dama y le abrió su corazón. No sabía bien por qué, posiblemente porque ya estaba harta de fingir lo que no era, pero lo cierto es que lo hizo y se encontró aliviada, pero lo que más le sorprendió fue la respuesta de la joven.
La joven le dijo, no sé princesa muy bien de qué me habláis, soy demasiado niña para saber de todo eso, pero si sé quién puede ayudaros. Eso me vendrá  muy bien también a mí cuando me toque. Y la princesa aún sorprendida accedió a dejarse ayudar.
Quedaron en ir al bosque las dos. Se pondrían las capuchas para no ser reconocidas, y las botas de montaña para no estropear sus bellos zapatos.
A las 5 de la mañana partieron las dos. La princesa muerta de curiosidad y la joven muerta de miedo porque sabía que si las descubrían perdería el privilegio de servir en la corte.
Caminaron por espacio de tres horas, hasta llegar a una choza  mugrienta donde habitaba una mujer llena de harapos.
La joven se adelantó y presentó a la princesa diciendo “esta es la princesa de la que te hablé, vieja señora”.
El olor de la choza  era desconocido para la princesa que jamás había salido de palacio donde el olor más disonante era el de la comida.
La choza olía a humo y a desesperación…..pero irradiaba tranquilidad y sosiego.
La princesa estaba tranquila, la joven sin embargo expectante, observando la reacción de su princesa…..y la mujer llena de harapos habló: hola princesa, dijo, me gustaría saber en qué te puedo ayudar.
Y la princesa le contó que se sentía perdida, que no sabía bien quién era, que no se encontraba a gusto consigo misma, ni con su cuerpo, ni con sus habilidades, que le parecían escasas, ni con sus sentimientos, ni con la imagen que daba a los demás….y se vació. Contó todo lo que le había atormentado, lo contó de golpe, sin parar, y se sintió bien.
La mujer insistió diciéndole que no sabía en qué la podría ayudar, y la princesa le dijo que necesitaba respuestas, para poder crecer en paz, y dejar de sentirse sola y perdida.
La mujer le preguntó entonces si aquella joven dama que la acompañaba no era su amiga, y la princesa le dijo que sí, pero que aún a pesar de esa amistad, se sentía sola. No era nada personal con la joven dama, era agradable y le acompañaba, pero no le llenaba su soledad.
La mujer siguió preguntando que a qué se debía sentirse sola en compañía de los demás, que qué cosas hacía cuando estaba en compañía de los demás.
La princesa le contó que cuando estaba con la joven dama, bailaba, y leía, que se reían juntas y se comentaban sus más íntimos secretos, que las tardes se le hacían muy cortas, y que cuando se retiraba a sus aposentos, se alegraba de contar con la amistad de aquella joven dama, pero que existían otras damas, “las arpías” que no dejaban de meterse con la joven dama o de amargarle la tarde a la princesa, y que se reían de ellas porque no conseguían tener aventuras con ningún joven, ni príncipe ni vasallo, ni la princesa, ni la joven dama.
La mujer le interrogó sobre cómo se sentía y la princesa contestó que le asustaba un poco la idea de no haber sentido amor o pasión por ningún príncipe, porque ella quería casarse enamorada, aunque sabía que le habían concertado una boda con un príncipe de su edad y nobleza. También le contó que su joven dama, no tenía aventuras porque aún era muy jovencita, y que siempre estaba acompañando a la princesa. Le confesó que el veneno de las damas arpías, no estaba mucho en sus entrañas, porque cuando se quedaban solas, las dos, se reían de la superficialidad de esas damas que no tenían otra cosa  que hacer que amargar la vida de los demás.
La princesa siguió hablando de lo que entonces hacían las dos, se disfrazaban de una u otra dama arpía y las ridiculizaban. Cuando les hacía falta, cosían para que el disfraz las convirtiera con más acierto en cada una de ellas. Si lo necesitaban dibujaban, bien en papel, bien en lienzo, para dejar la evidencia de su burla. No se sentían felices de lo que hacían pero si se sentían aliviadas. Sentían alivio, porque esas pequeñas alimañas, les hacían daño. No quería pensar que lo hicieran a propósito, pero les mortificaban y mucho.
La señora preguntó asombrada cómo siendo ella la princesa no las despedía y cambiaba por otras, más de su agrado, y la princesa sorprendida dijo que no podía, que era su destino y que tenía que aprender a convivir con ellas porque ella era una princesa y tenía que superar ese reto. Las damas eran tontas, no malvadas, y les decían lo que les decían, porque ellas dos, no cumplían con el modelo establecido por la sociedad de la corte, y eran mucho más sanas y alegres, que las arpías, por eso las pinchaban, para mortificarlas y conseguir que fueran como ellas, todas iguales, para poder chismorrear de lo mismo y poder sentirse iguales a ellas, a la princesa y a la joven dama, pero sobre todo a la princesa, que era su señora.
La princesa miró de pronto sorprendida a la joven dama y le dijo: ¡caramba, hasta ahora no lo había visto así!, y la joven dama le sonrió tiernamente.
La mujer advirtió que la princesa había ganado en confianza, y quiso seguir preguntándole por las cosas que había aprendido con la joven dama: ¿no habéis dicho, princesa, que bailabais con la joven dama?. Oh si, dijo la princesa, me ha enseñado el baile de la corte en todas sus versiones, y gracias a ella ya no equivoco los pasos, ni el ritmo y puedo bailar toda la noche en las fiestas. También hemos practicado la lectura en distintos idiomas, y practicamos la conversación en diferentes lenguas. Hemos cosido cojines y brocados, de tanta dificultad, que mi madre la reina se quedo sorprendida por su confección. También dibujamos un cuadro que ocupaba toda una pared, con los motivos de nuestros juegos, allí aparecían, las arpías, nuestros bailes, nuestros rezos, nuestras risas…todo. Los disfraces que conté antes, los adornábamos con peinados de gran dificultad que nos ayudaban en las escenas que inventábamos, y en alguna ocasión, en un gran pergamino escribimos esas escenas, para no olvidarlas jamás. Las escondimos, eso sí, para que nadie pudiera encontrarlas. Nos divertimos mucho. Pero lo más importante, eran nuestras confidencias, hablamos y hablamos hasta el amanecer………
La princesa se quedó callada, pero no parecía triste, ni cansada, tan sólo parecía recordar…..y la mujer después de un corto espacio de tiempo le preguntó de qué hablaban en esas veladas interminables…..y la princesa mirando a la joven dama que sonreía, le contó que a veces se ponían frente al espejo, y se contemplaban diciéndose la una a la otra lo que les gustaba o no de sí mismas. Que muchas veces la joven dama le decía que no tenía por qué avergonzarse de su cuerpo, que era alta, fuerte, guapa y estilizada, y que tenía un estado saludable que todas envidiaban, y se reían, y que luego frente al espejo se despojaban de los ropajes y observaban los cambios que habían tenido en sus cuerpos. Y comentaban los cambios internos que habían acompañado a esos otros físicos, y que aunque tuvieran trastornos pasajeros propios de mujeres que a veces les trastornaban más que otros, se sentían bien. Y también comentaban cómo les afectaba a las emociones, como a veces estaban contentas y a veces irritables, y que en todos esos cambios, siempre había un espacio común para comentar cómo se sentían, y la comprensión y confianza que existía entre las dos aumentaba más y más en esos ratos.
La señora le dejó hablar y hablar, y la princesa habló de sentimientos encontrados con los varones que conocía, habló de su matrimonio concertado, habló de su cuerpo agraciado, hablo de su amistad con la joven dama, habló de la magnífica relación con su madre, la reina, habló de cómo los demás la admiraban en las actividades que, como princesa, tenía que asistir, habló de su capacidad para contar cuentos, para escribir, para dibujar, para bordar, para pintar, para escuchar, para sentir, para acompañar, para bailar…….y habló y habló sin parar, durante uno, dos, tres días…..hasta que cayó agotada sin fuerzas y en aquella choza mugrienta, sobre los harapos de aquella mujer desconocida hasta entonces, durmió y se recuperó de todo aquel esfuerzo reconfortante mientras que cariñosa su joven dama la cuidaba.
Ella no estaba agotada, ella había nacido para servir a su señora, no sabía hacer otra cosa, ni nada le satisfacía más que hacerlo. Le habían educado para ello, pero ella disfrutaba con lo que hacía. No le parecía servil, le parecía que hacía lo que mejor sabía hacer.
La señora contemplaba sonriente aquel cuadro de la princesa agotada y liberada de sus propias pesadillas y la joven agradecida que cuidaba a su amiga a quien al mismo tiempo servía. Y sólo cuando la joven cerró los ojos sonrientes y aceptó descansar también, ella, se dispuso, en la olla llena de mugre, a hacer una sopa que calmara el hambre de aquellas dos mujeres que tenía en frente. Sí, dijo bien, aquellas mujeres que habían llegado siendo niñas llenas de incertidumbre y dormían como jóvenes mujeres llenas de vida y de amistad.
Se despertaron casi a la par, cuando la luz ya no permitía la oscuridad en aquella choza, olieron agradecidas aquella sopa que la señora les había preparado, y la tomaron despacio y agradecidas. Descansaron un poco más y decidieron marchar al palacio, de vuelta. La princesa le dio las gracias a la mujer de los harapos, y le dijo, jamás olvidaré cuanto habéis hecho  por mí, y la mujer sonriéndole le dijo: princesa, no he hecho nada, si te das cuenta no he contestado ninguna de tus preguntas, la respuesta la has dado siempre tú, porque la respuesta siempre está dentro de ti. Ni siquiera yo existo realmente más allá de tu imaginación. Necesitabas oír en otros lo que ya tú sabías. La princesa la miró sin entender lo que la mujer decía, y ella y la joven dama se despidieron de la mujer con harapos.
Ambas jóvenes mujeres emprendieron el camino de vuelta al palacio, pero antes quisieron dar un último saludo a la señora, y cuando se volvieron apenas pasados 100 metros, el lugar parecía otro. No había choza, no estaba la mujer. Se miraron. Creyeron que se habían confundido y miraron a su alrededor, pero no dieron con el lugar en el que hacía breves instantes habían estado. Se abrazaron, no por miedo, sino por haber compartido aquella aventura. Ellas sabrían que había sido real, pero nada quedaba para poderlo compartir con los demás. Sería pues su secreto. Un secreto lleno de ternura y que les había permitido creer en sí mismas, y la princesa le dijo, joven dama, seré princesa primero y reina después si me acompañas en esa aventura, mi amiga. Y las dos abrazadas continuaron el camino hacia palacio.
Para mi princesa, aunque no es cierto que todas las mujeres tengamos que ser princesas……eso es una mentira mantenida a través de los tiempos.