¿QUE ES LA BONDAD?
Es difícil no confundir la bondad con la estupidez, o mejor dicho es difícil que los demás no observen esta diferencia.
El comportamiento o la convicción de hacer el bien porque sí o si se quiere, a no hacer el mal a nadie, unido a la comprensión auténtica y no a la compasión inútil, va unido al desarrollo de la felicidad, a la promoción de la felicidad, a la bondad como valor y como forma de actuar.
La bondad es una forma de comportarse, con los demás y consigo mismo. Es la expresión de lo que alguien siente dentro de sí mismo.
A veces la inocencia o la estupidez, se confunde con la falta de bondad. De la misma manera que los egoístas nocivos y no aquellos puros, exprimen tu bondad, tu inocencia, para beneficiarse y si pueden destruirte, existen almas cándidas que se desvían para llamar la atención y pudiendo pasar por malvados, no son más que seres inmaduros. Es el caso de los niños, los niños físicos y los niños psíquicos. A unos no se les responsabiliza legalmente a otros sí. Unos tienen todavía un camino que seguir y que aprender, otros no saben andar por el camino marcado y se equivocan una y otra vez, haciendo daño a los demás y por tanto haciéndose daño a sí mismos.
Da igual la intencionalidad, da igual si la persona quiere o no hacer daño, si hace daño, si abandona la bondad, la acción queda grabada en la memoria, y puede ser un principio no deseado.
Todos somos lo que somos, o lo que queremos ser. Todos tenemos la oportunidad de ser. Todos debemos ser. No importa lo que tengamos, importa lo que seamos. Importa lo que pensemos y como lo llevemos a la acción.
Si somos buenos, bondadosos, somos verdaderos, somos nosotros mismos, somos lo que somos. No necesitamos agradar, solo necesitamos ser, con ello será suficiente, tendremos suficiente.
La bondad es una elección como la de cualquier otro valor. Es también una forma de actuar. Pues elijamos bien y actuemos.
CUENTAME UN CUENTO.
Si pudiera contar un cuento contaría éste.
Colette era una madre, pero no era una madre cualquiera. Era una madre joven, pero su juventud no era la de los años, era joven de espíritu y de corazón.
Nadie sabía la edad que tenía porque cada vez que hablaba, fuera cual fuera el tema del que hablara, ella parecía tener 18 años, quizás 19 o 20, pero no más.
Colette tenía un hijo de 15 años. Era un adolescente. Era un niño. Era un demonio.
No es que fuera malo. Era terrible. No se le ocurría una idea buena. Cualquier cosa que le pasaba por la mente, cualquier cosa por terrible que fuera, él, la hacía.
Ataba latas a los perros, los mortificaba, lanzaba a los gatos desde los tejados, tiraba piedras contra los cristales, pisaba las huertas de los vecinos, arrasaba con todo lo que se le ponía por delante. No estudiaba. No iba a clase la mitad de los días. No hacía nada de lo que una madre se pudiera sentir orgullosa, y sin embargo……
Sin embargo Colette decía que era un buen hijo, un hijo maravilloso.
La gente la miraba con desprecio, todos eran conscientes de lo malo que era el hijo de Colette, todos menos la propia Colette.
Colette decía que su hijo no era malo. Decía que era el fruto de lo que había vivido. Decía que con el tiempo sería un ángel, decía que si su padre viviera, sería mejor y crecería más rápido, nunca decía que era malo, nunca lo comparaba con otros adolescentes, nunca le gritaba ni hablaba mal de su hijo, jamás.
Colette, era diferente, Colette era una auténtica madre.
No es que estuviera ciega, no es que no viera como su hijo hacía daño, no es que lo disculpara por lo que hacía, no.
Colette sabía que tarde o temprano su hijo despertaría, que tarde o temprano pagaría por sus errores, pero que también tarde o temprano, su hijo crecería. Y cuando creciera lo haría alto y fuerte por dentro y por fuera, y cuando pagara sus errores, no cometería más esos errores de niño.
Colette le hablaba por las noches de lo bueno que era su padre, le preguntaba que por qué hacía lo que hacía, y su hijo no decía….nada.
Ella no estaba preocupada. Estaba triste por que cuando todo esto pasara y su hijo se diera cuenta de lo idiota que había sido, le iba a costar mucho tiempo y mucho sufrimiento perdonarse a si mismo.
Ella sabía que la edad de su hijo era un caos. Una locura de cambios, una montaña de dudas, una avalancha de hormonas, un cambio continuo que no le permitía relajarse. Colette lo sabía, y por eso tenía paciencia.
No le gustaba lo que su hijo hacía, ni tampoco lo que los demás decían, de lo que su hijo hacía. Pero ella sabía que su hijo cambiaría. Como cambiaban todos los hijos de esa edad, como maduraban todos los hijos, alguna vez.
Ni siquiera pedía que cambiara pronto. Colette sabía que todo tenía su tiempo y que su hijo cambiaría y maduraría justo en el momento en que tuviera que hacerlo y nunca antes.
Colette tenía confianza en su hijo, Colette quería a su hijo……y esperó y esperó……..
Pasaron muchos días, tantos que se convirtieron en meses o quizás en años. Durante todo ese tiempo no hubo ni un reproche para esa actitud de ese hijo. Colette le daba todas las noches un beso en la frente al irse a dormir, y le susurraba al oído: “Hazte un hombre, hijo”, sólo eso, todo eso, todas las noches, una tras otra, sin olvidarlo jamás.
Un día su hijo de 18 años despertó en medio de una pesadilla……..su madre, Colette, se había ido. Su querida madre, Colette, le había abandonado. La única persona que había confiado en él, ya no estaba. Había desaparecido. No estaba. No se lo podía creer….debía ser una pesadilla. Esa mujer, esa madre que le había dado un beso todas las noches, mientras le animaba a ser un hombre, a hacerse un hombre, esa madre maravillosa que jamás le hizo un reproche mientras le educaba en absoluta soledad, esa madre, no podía haber desaparecido. Tenía que encontrar otra explicación. Sabía que todo en la vida era etéreo, pero su madre, su madre, aunque no fuera a durar para siempre, no podía desaparecer sin más….tenía que haber una explicación o tenía que encontrar una, al menos una que sirviera para entender toda esta locura.
Entonces comenzó a gritar: Coleeeeeeeeeeetttttttttttte, maaaaaaaaaaaaaamááááááá, dóóóónde estáááás……………………………….parecía un niño perdido mientras gritaba, en realidad estaba perdido, completamente perdido y desorientado……………maaaaaaaaaaaaamáááááááá… ……………………………..siguió gritando y gritando sin moverse de su habitación. El pánico había hecho su presencia y estaba invadiendo su coraza. Sólo quería que su mamá volviera, que Colette le abrazara y le diera un beso en la frente, y le dijera “ya eres un hombre hijo mío”……eso era, eso era……su ausencia me convertía en un hombre, se dijo, pero al mismo tiempo y a pesar de la mayoría de edad, él necesitaba a su madre, él necesitaba a Colette, y Colette no estaba. ¿Qué podía hacer él? ¡Se había quedado completamente solo! ¡Eso no era posible!!!!! Ya le había pasado cuando su padre se fue a trabajar ¡tan lejos! Nunca más volvió a verlo. Nunca supo bien por qué. Su madre, Colette, no quiso hablarlo con él. Eso le marcó, y por eso se comportaba así de mal. Él sabía que no era correcto, pero no podía evitarlo, quería molestar, era su manera de protestar y de llamar la atención, y no es que le hiciera falta cariño, con el de Colette tenía de sobra, pero estaba enfadado, muy enfadado con la vida, en realidad con su padre, y por eso protestaba y protestaba. Cuando su madre lo besaba por la noche, él se relajaba y disfrutaba hasta dormirse…. Su madre….. pero ¿Dónde estaría a esas horas?
Siguió preguntándoselo horas y horas hasta que amaneció. Siguió preguntándosele días y días hasta un año o más….nadie sabía que había pasado con su madre….Colette había desaparecido en plena noche, sin ropa, sin prisa, sin ruido. Podría haberse cansado de la situación, podría haberse desesperado, o simplemente se habría ido a vivir su vida. Nadie lo sabía.
El corazón de su hijo cambió. Pero no cambió por el miedo de perderla o de haberla perdido. Cambió por la pérdida. Él había perdido el tiempo. Su madre no estaba, se había ido. El no conocía a Colette, no sabía de su vida ni quién era. Sólo sabía lo buena y generosa que había sido con él.
Con el tiempo se convirtió, dentro de su dolor y su soledad en un gran hombre, tal y como Colette le quería, tal y como Colette le había educado. Y prometió que siempre que contara un cuento, contaría este cuento, por eso te lo cuento a ti.