domingo, 12 de diciembre de 2010

PIDE UN DESEO, GENIO

Y de esta manera, el genio de la queja se convirtió en el auténtico genio de los deseos, no sólo por que los concediera, sino porque enseñaba a pedirlos…..pero esa historia la contaré otro día, les dije el 11 de noviembre con el cuento del genio y...................Y ese día llegó. Hoy llegó.
El genio enseñaba a pedir deseos ¿pedir deseos? Os preguntareis. ¿Cómo que pedir deseos? ¡Yo sé pedir deseos! Dirá algún intrépido. O algún osado….¡pues no! No es tan fácil.
¿Qué es un deseo? Es lo que cada uno de nosotros piensa que le llenará y satisfará. Es la consecuencia lógica de la emoción. Y de ahí la facilidad con la que nos podemos equivocar. Es una palabra tabú, o un momento angelical, es un sentimiento puro o maquinal, es algo que podemos enaltecer o con el que podemos destrozar.
Por eso es tan importante desear bien.
Y eso lo hacía muy bien el genio de la lámpara. Si, si, ese del cuento……
El genio decía que para pedir un buen deseo ¡escucha bien eso! ¡un buen deseo! Y no un deseo cualquiera, tenías que desear algo bueno. No, no es fácil.
Todos somos egoístas y queremos lo mejor para nosotros, y pocas veces deseamos para los demás, hacemos como que deseamos pero ¡qué va!, deseamos más para nosotros que para otros.
Y ese era precisamente el secreto de este genio. El decía que si querías desear, la primera regla era desear para el otro. Decía que si deseabas para otro, el deseo te beneficiaba luego a ti. No hacía falta nada más que eso, desear lo mejor para el otro. Si vivía contigo y conseguía su deseo, eso te beneficiaría, y si no, conseguirías que otro ser fuera feliz, y eso generaría un bienestar que, de alguna manera y con el tiempo, te beneficiaría también a ti, por lo que tanto si, el deseo era para alguien cercano, como si lo era para alguien lejano, siempre te beneficiaría.
También decía que el deseo tenía que ser bueno, para mejorar, y no para hacer daño a nada y a nadie, y eso lo hacía porque le gustaba ser integrador y no desintegrador. Decía que a nadie se le ocurría romper nada que le importara, ni hacer daño a quien le importara, todo lo contrario. Por eso al pedir un deseo deberíamos de ser también así, no romper, no disgregar, sino integrar y beneficiar con el propio deseo.
Y también decía que el deseo no debería de ser material, que todos teníamos lo que necesitábamos, y que si creíamos necesitar más era porque aumentábamos nuestras expectativas, que deberíamos desear sólo aquello que nos conviniera, poniéndonos en el lugar del otro, para no dañarle, para no molestarle, para que fuera “un buen deseo”.
Y yo le dije al genio, ¡qué difícil me lo pones! No tengo idea de cómo empezar.
Pero el genio, que era un autodidacta, sabía perfectamente lo que necesitaba, y me dijo: haremos una cosa, probaremos, tú me dices un deseo y yo lo analizo y si no me parece adecuado lo convertimos en otro mejor.
Y yo, como él era un genio, le pedí dinero suficiente para poder vivir en paz para siempre. Y el genio me dijo: si te doy dinero, te convertiré en un vago. Además no me has hecho caso. Ese es un deseo material y egocéntrico, porque lo quieres para ti. Haré algo mejor. Te enseñaré una profesión para que te puedas ganar la vida tú mismo y te sientas satisfecho de lo que haces. Y me enseñó a ser carpintero. Tardé dos años, pero en esos dos años no sólo aprendí a martillar y barnizar, aprendí a desear…..
Cuando estaba con el genio aprendiendo me siguió enseñando a desear, y seguimos jugando con mis deseos, bueno con mi proyecto de deseo, porque el segundo deseo, le dije que quería casarme y ser feliz con mi pareja, pero el genio sabio me dijo que si yo quería eso, querría poseer y dominar a mi pareja, que tendría que desear que la pareja que me conviniera, llegara a  mi vida, y que para ser feliz con ella, sólo tendría que volcarme en hacerla feliz yo. Y aunque me sonó extraño, eso hice, deseé encontrar una pareja adecuada para mí con la que pudiera ser feliz. Y un día tocaron en la puerta de la carpintería y entró mi pareja ¿que cómo lo supe? Lo supe. Sin más. Era ella. Libre, dulce, sencilla y cariñosa. Y desde entonces no nos hemos separado jamás.
También me enseñó el genio a desear el éxito, porque decía que si trabajaba duro, todo lo que quisiera lo conseguiría. También me dijo que no habría que confundir trabajo y exigencia, que lo uno era hacer y lo otro padecer. Y sudando mientras lijábamos y pintábamos, fui entendiendo lo que quería decirme, mejorando cada vez las obras, y disfrutando de lo que hacíamos.
Nos convertimos en compañeros. De fatigas y de alegrías. De fatigas porque sudábamos la camiseta y trabajábamos muchas horas, y de alegrías por la recompensa del trabajo bien hecho.
Y por eso cuando se fue para seguir enseñando a otros como yo, sufrí. Mi egoísmo no me permitía separarme de mi amigo, pero recordé la base de los buenos deseos, desea para otro, no seas materialista, y desea para bien, y entonces formulé mi último deseo, antes de escribir este cuento: deseo que mi amigo el genio, encuentre la felicidad vaya donde vaya y, pueda repartirla a los que le rodeen en cada momento.
Y sé que cada vez que lo hace, con sus cuentos, con los deseos que concede o con sus historias, el aleteo de las mariposas, hace que eso me beneficie a mi también. Y se lo agradezco. Desde aquí, se lo agradezco.

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