Con olvido permanente de lo que hace, lo que ve, lo que siente, lo que supo, de lo más elemental, su vida.
Y en su cárcel impuesta, su vida se ha convertido en todo lo contrario de lo que estaba acostumbrada y de todo aquello que le gusta: su libertad.
Y no lo entiende ni lo acepta, y se rebela.
Y nosotros, convertidos en sus carceleros, no podemos hacerle entender que lo único que queremos es cuidarla y quererla, porque ya no lo entiende.
Ya no se cuida, ya no tiene el miedo o respeto a los peligros que nos enseñó, ya no recuerda todo lo que se esforzó con nosotros, y no sabe, cual es nuestra situación ni nuestra dedicación en la vida. A veces ni recuerda nuestros nombres, ni quienes somos.
Sabe que la queremos y la cuidamos, y con eso se conforma, porque ya depende de nuestra ayuda, de la ayuda de todos nosotros que de una manera u otra nos hemos convertido en sus cuidadores y en garantes de una vida digna.
Y sufre, porque sabe que algo no va bien, pero no sabe qué ni por qué.
Pero sigue con sus momentitos, viviendo día tras día, sin ilusión, pero sin tristeza, pero con mucha ansiedad por haber perdido toda su autonomía.
¡Que dificil!