Siento tu desprecio, sin creer merecerlo.
Siento que arrojas, injustamente, tu experiencia desagradable, y me haces sentir tu ira, creyendo que con ello tú, te liberas.
Creo que no sabes, que yo siento que cada uno de nosotros debe solucionar sus propios problemas sin tirarlos a la cara a los demás.
No me duele lo que haces porque tu ira me da lástima. Tú sufres más que yo.
Querría que nada de esto pasara, porque yo creo en la libertad y esa es la que nos ayuda a seguir caminando.
La libertad de elección. Todos la tenemos. Pocos hacemos uso de ella. Pero en nosotros habita.
Tú puedes estar aquí o no. Tú eliges. No eliges cómo. Pero eliges donde y con quien, a veces. Y si eliges estar, y lo eliges en libertad, debes ser consecuente.
La elección está hecha. La libertad maniatada. Y tú lloras. A veces con la ira, a veces con lágrimas, pero cada vez que alzas la voz, un llanto profundo te arrebata la razón y cometes un error.
El error de perder la libertad. El error de gritar a los demás. El error de quedarte cada vez más solo.
Contra eso no lucho, mejor dicho, no batallo. Me gustaría que supieras de qué hablo. Me gustaría que habláramos el mismo lenguaje. Pero mientras espero que no me claves la daga, lo que haré será esperar que algún día escuches. Y si no me puedes escuchar a mí, escuchar tu conciencia.
La lucha diaria de la libertad y la estupidez, es una lucha constante que no debe de acabar, porque es la lucha de los tiempos, pero aún siendo una lucha sin cuartel, no es una batalla siempre que no uses tus peores armas.
Sé que cuando llegue la claridad a los pensamientos y éstos se despejen, te sentirás idiotizado por tu propia insuficiencia, y sé que cuando eso suceda, a lo mejor no estaré para verlo, pero aún así se que sabrás que lo sé.
La vida se encarga de medirte y enseñarte, y a mí, sin importarme mucho lo que te pase, sin tener que perdonar tus ofensas, ni curar tus heridas, a mí, también me medirá y me enseñará.
Y estoy preparada.